La Formación Bonete se asienta en concordancia sobre
Piedra Azul (Harrington, 1947); compuesta por areniscas y
pelitas en proporciones aproximadamente equivalentes, alcanza
un espesor de 400 m en su perfil tipo (cerro Bonete,
Harrington, 1980).
Las areniscas son petrográficamente
arenitas cuarzosas, arenitas arcósicas y subarcosas, de color
gris verdoso, a menudo con motas blanquecinas.
Texturalmente resultan areniscas finas y muy finas, generalmente
laminadas, muestran con alguna frecuencia distintos
tipos de ondulitas en el techo de los bancos. Estas rocas han
proporcionado abundantes restos de invertebrados marinos
referidos a la Fauna de Eurydesma (Harrington, 1955; Rocha
Campos y De Carvalho, 1975; Amos, 1980). En lo que
respecta a las pelitas, son de color gris obscuro, conforman
bancos de geometría fuertemente tabular, tanto de carácter
internamente macizo como laminados. Con alguna frecuencia
han sido reportados restos vegetales en estos niveles
(Harrington, 1947; Menéndez, 1966; Archangelsky y Cúneo,
1984).
El desarrollo de facies deltaicas, especialmente hacia
la parte superior de la unidad, ha sido señalado por Andreis et
al. (1989) y Andreis y Japas (1991).
La edad de la Formación Bonete puede ser establecida
por su contenido paleontológico; por un lado la existencia de
elementos correspondientes a la Fauna de Eurydesma (de
amplia distribución en el Gondwana) indicaría una edad
pérmica temprana (sakmariana) para la formación (González,
1981; Archangelsky et al., 1991 b). Paralelamente los
restos vegetales encontrados en las capas pelíticas han sido
ubicados en la Zona Glossopteris (Archangelsky y Cúneo,
1984) y referidos al Pérmico inferior (Sakmariano-
Artinskiano).
Estudios composicionales de las areniscas de las Formaciones
Sauce Grande, Piedra Azul y Bonete han sido efectuados
por Andreis (1965), Andreis et al. (1979) y Andreis y
Cladera (1992).
Estos estudios llevan a describir a las areniscas
como arcosas y subarcosas; en el caso particular de las
diamictitas de Sauce Grande, Andreis y Cladera (1992) han
señalado modas detríticas Q=69: F=26: L=5. Estos valores
son bastantes similares a los reportados por López Gamundí
et al. (1994) en estudios llevados a cabo sobre las Formaciones
Piedra Azul y Bonete, donde se obtuvieron modas del tipo
Q=70: F=24: L=6.
La Formación Tunas aflora en la porción oriental de las
Sierras Australes y en algunos asomos aislados de las planicies
que se disponen hacia el oriente (alto González Chávez
de la cuenca Claromecó). Debido a la falta de niveles guía y
a su plegamiento, el espesor de esta unidad ha sido motivo de
apreciaciones dispares; por un lado Suero (1957) lo estimó en
2400 m, mientras que Japas (1986) ha medido secciones del
orden de 1000 metros.
Consiste en areniscas con pelitas
subordinadas y en mucha menor proporción chonitas y tobas.
Las areniscas son de colores claros, principalmente gris
castaño hasta rojizo y ocasionalmente amarillo; se trata principalmente
de areniscas finas y medianas, las que se presentan
tanto en bancos macizos como con laminación horizontal,
ondulítica o sets entrecruzados. Por su parte, las pelitas
conforman estratos delgados y muy delgados, marcadamente tabulares, tanto macizos como laminados.
Estas rocas han
proporcionado restos vegetales compuestos principalmente
por glossopteridales, articuladas y algunas licópsidas, junto a
escasos restos de invertebrados marinos (principalmente bivalvos)
en deficiente estado de preservación (Harrington,
1947; Furque, 1973; Ruiz y Blanco, 1985). Finalmente, existen
algunas intercalaciones muy delgadas de piroclastitas,
tobas y chonitas principalmente vítreas, las que afloran en la
mitad superior de la Formación Tunas en la localidad de Abra
del Despeñadero (Iñiguez et al. , 1988).
En estos niveles se ha
destacado la formación de beidellita y vermiculita a expensas
de la transformación diagenética de las piroclastitas (Iñiguez
et al., 1988).
La Formación Tunas puede ser fácilmente segregada de
la sucesión Sauce Grande-Piedra Azul- Bonete sobre la base
de diferencias composicionales, un mejor definido patrón
de paleocorrientes (desde SO a NE) y en menor medida por
diferencias en los paleoambientes sedimentarios (Harrington,
1980; Andreis et al., 1989; Andreis y Japas, 1991; López
Gamundí et al., 1995). Composicionalmente, la Formación
Tunas muestra modas detríticas con un sensible incremento
en los líticos en detrimento del contenido de cuarzo.
Así las modas detríticas para esta Formación muestran composición
media Q=46: F=31: L=22 (López Gamundí et al, 1995),
donde los líticos son principalmente metamórficos (pizarras
y esquistos de bajo grado) y de vulcanitas (riolitas, riodacitas,
andesitas y algunas tobas). En lo que respecta a sus
paleoambientes sedimentarios, la parte basal de esta unidad
ha sido considerada como la culminación de un ciclo regresivo
caracterizado por la formación de depósitos de islas
barreras, seguido hacia la parte media y superior por condiciones
de inundación marina, tal cual lo señala la mayor
proporción de pelitas (Andreis et al., 1989).
Recientemente,
Zavala et al. (1993) reportaron la existencia de depósitos
fluviales en la localidad de Las Mostazas, reconociendo
ocho facies sedimentarias y varios elementos arquitecturales.
Los citados autores interpretaron al sistema fluvial como
meandroso, de carga mixta, identificando depósitos de canal,
caracterizados por eventos de acreción lateral, migración
de formas del lecho arenosas y facies de planicie de
inundación.
Estudios estructurales de la cubierta sedimentaria
paleozoica de las Sierras Australes han sido llevados a cabo
por Harrington (1947, 1970, 1972), Kilmurray (1969),
Massabie y Rossello (1984, 1990), Massabie et al. (1986),
Cobbold et al. (1986; 1991), Varela et al. (1987), Japas (1986,
1988, 1995), Di Nardo y Dimieri (1988), Sellés Martínez
(1989), Rossello y Massabie (1981), Rossello et al. (1993).
De acuerdo con lo señalado por algunos de estos estudios, esta
región y sus alrededores sufrieron movimientos transpresivos
dextrales durante la orogenia Hercínica (Cobbold et al., 1986;
1991).
Esta deformación es evidente en las Sierras Australes,
donde sus efectos se encuentran bien expuestos en varias
localidades, incluyendo pliegues con clivaje de plano axial,
estructuras s/c, lineaciones de estiramiento (Cobbold et al,
1986), desarrollo de metamorfismo en facies de esquistos
verdes, pliegues de crecimiento caracterizados por depocentros
en los sinclinales y secuencias condensadas en los anticlinales
(Cobbold et al., 1991; Rossello et al., 1993). La fase de mayor
deformación en esta región habría tenido lugar durante el
Pérmico tardío- Triásico temprano y fue parcialmente coetánea
con la sedimentación de la Formación Tunas. En este
sentido los horizontes tobáceos de dicha formación, interpretados
como lluvias de cenizas (Iñiguez et al., 1988), proporcionan
evidencias de volcanismo contemporáneo con la sedimentación.
La estrecha relación entre volcanismo a lo largo
del margen continental, deformación en la faja orogénica
adyacente y sedimentación en las cuencas de antepaís contiguas,
constituye un rasgo común documentado en las Sierras
Australes de la Argentina y la zona del Cabo en Sudáfrica
(Visser, 1987, 1993 y López Gamundí et al., 1995).
Por otro
lado, las edades y composiciones semejantes entre el
volcanismo de la Formación Choiyoi y sus equivalentes
patagónicos (Rapela y Kay, 1988; Pankhurst et al., 1992), las
ignimbritas riolíticas de Lihué Calel (Linares et al., 1980;
Sruoga y Llambías, 1992) y los horizontes tufáceos presentes
en las cuencas Paraná, Sauce Grande-Colorado y Karroo
sugieren una fuerte relación genética entre estos episodios.
Así, López Gamundí et al. (1994), consideraron que los
horizontes volcanogénicos presentes en las mencionadas
cuencas están relacionados con la actividad volcánica registrada
a lo largo del margen gondwánico.
De esta manera,
Forsythe (1982), Uliana y Biddle (1987) y López Gamundí et
al. (1994) relacionaron la actividad magmática y la deformación
de las Sierras Australes con la presencia de un margen de tipo andino, con un extenso arco magmático y cuenca de
retroarco. Por su parte, Ramos (1984) y Ramos et al. (1986),
consideraron que estos procesos podrían haber correspondidos
a una colisión continente-continente debida a una superficie
de subducción inclinando al SO por debajo de una placa patagónica.